jueves, 12 de junio de 2014

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Hoy empiezo este diario y no sé muy bien para qué. He andado durante los últimos dos años de un aula a otra, de un colegio a otro, de un trámite a otro, y de innumerables etcéteras a inabarcables etcéteras que no me dejan tiempo o ganas para nada. Estoy hastiada de la docencia y aun así, reconozco, apasionada. La docencia no me deja tiempo para escribir, y yo, que sólo empecé la carrera de Letras porque me gustaba escribir y leer, y yo, que a cada rato me digo: debería escribir sobre esto, sobre este alumno, sobre esta risa, sobre este cansancio, sobre estos pasillos interminables; yo ahora digo: Si la docencia no me deja tiempo para escribir, voy a escribir sobre la docencia como pueda, como me salga, en los minutos que me queden o robándole recreos, tomándomelos aunque más no sea en el cansancio, en la apatía.
Y para empezar y no dejarle lugar al cansancio que ya me atrapa, sólo voy a copiar un texto que escribí el año pasado, cuando ya le tenía ganas al diario, pero no me animaba:


M.R. es la única alumna que quedó hoy en la última hora. Le pregunto si va a hacer la tarea y me dice que sí. –A no ser que usted se quiera ir- Me rio y le explico que yo no me puedo ir. Tengo que cumplir horario. –Entonces si usted se queda yo me quedo. Porque hasta que mi hija no se separe del marido no voy a poder estudiar en casa- Y me empieza a contar todo: sus pequeños dramas domésticos con un fondo de miseria. Yo la escucho. A veces miro el marco de sus anteojos, otras veces el único enorme negriverdeado diente que asoma entre sus labios o sus dedos cortos que mueve mientras habla. Por momentos no sé si detenerla y pedirle que nos pongamos a hacer la tarea. No sé bien qué es lo que debería hacer. Ella realmente necesita aprender a leer y a escribir. Y una clase individual sería muy provechosa. Pero no me animo a detenerla. Quizá hoy ella necesitaba charlar con alguien y me encontró a mí. Quizá todo es una equivocación y esta vida está tan llena de pequeñas y grandes equivocaciones.